Por: César Palma Galindo
Mis Vivencias…Mi último millón.. Hay travesuras y travesuras. Mi mamita nunca dirá que fui malcriado, berrinchudo, si, engreído, si, llorón también. Podría tener malas calificaciones en el colegio, pero en conducta no bajaba de 18.
La casa tenía en la cocina dos adornos puestos como cuadros. El Primero como un santo el San Martíncito o algunos lo conocían como el látigo tres puntas y el otro que era una vara que tenia el nombre de un animal de trabajo, le decían Verga de burro, mis dos correctivos que me quitaban el ocio y la malcriadez.
Que gloriosas cueras me caían con esos docentes del buen comportamiento, lo único que me pregunto es ¿Cómo aparecían luego que los botaba a la basura o al techo de la casa?. Siempre pensé que eran milagrosas.
Cada vez que mi madre, la Teresita iba al colegio sucedían dos cosas. Primero la cuera y segundo mi sándwich en la Rueda que quedaba en San Juan de Dios o al chifa. Por lo menos comía rico.
Al contrario de mi ma, mi padre nunca nos puso un dedo encima, pero no quiere decir que no provoqué. No se en que año de secundaria estaba pero había apostado algunos resultados en el colegio y tenia una deuda que pagar y a mi me enseñaron a cumplir como caballero.
Mi madre guardaba la plata del diario en la parte alta de un escritorio y yo salvajemente retiré un milloncito de soles para pagar aquella deuda que ascendía a 300 mil.
Que rico era en un época donde ser millonario no era raro. Saldar mi deuda cual millonario empecé a invitar helados, sándwich, golosinas a los compañeros del colegio, aquí sí había colas positivas a favor del pueblo. Todo iba bien hasta que en un ataque de palomillada algunos compañeros hicieron el ademán de un asalto y otros fueron a advertir a dirección.
De donde la plata preguntaron en dirección, mi respuesta era que con mi compañero al que pagué la deuda nos juntamos nuestras propinas durante años. No nos creyeron.

Mis Vivencias… Nunca más tuve un millón en mis manos
Luego de confesar mi delito llegué a casa donde esta mi pa y cuando se enteró sus ojos se salieron de su rostro, sus grandes y gruesas orejas se pusieron rojas y parecía que aleteaban y su puño voló a la altura de mi rostro.
Nunca valoré tanto unas pequeñas lecciones de box porque llegué a esquivar el golpe. Cual seria la reacción de papá Hugo que mi madre no lo dejó hacer más y se puso en medio para que no regrese ese puño.
Luego fue el castigo y nunca más tuve un millón en mis manos. Esa fue la única vez que mi padre intentó darme una lección que bien valía usar a San Martín o la verga de burro.
Hasta este momento me despedí de las apuestas y no formé mi banda del Choclito.
Hoy me río pero se que esta palomillada no es de buen gusto. A nadie le gustaría que sus hijos apuesten y sobre ello usarlo de excusa para robar, el delito no tiene sino que ser castigado de firma ejemplar.
Quizás salve de un mal golpe pero el dolor de ese día aún dejó molestia y pena por la vergüenza a la que mi madre fue sometida y por ello me permito siempre pedirle perdón. Así pues es la historia de mi primer y último millón. Hasta la próxima.