Por: Wilfredo Mendoza Rosado
CREO QUE... Tendría unos 15 años, cuando vivía en el asiento minero de Toquepala (Tacna). Un vecino, Marcel Mamani, tenía una enorme radiola, con el sonido más puro y nítido que he escuchado, con el LP de Los Toribianitos, a full volumen. Menor, soñaba, con tener ese equipo. Era lo máximo. Miraba ese hermoso cielo toquepaleño estrellado y soñaba, lo sigo haciendo… Mi realidad, era otra.
Desde entonces, las canciones de Navidad nunca me han remitido a la razón sino a la emoción de los recuerdos. Esos tiempos hoy lejanos, no eran muy abundantes que digamos. Los regalos llegaban, por el empeño de mi madre Yoni, que siempre buscaba lo mejor para sus hijos.
Andando en el tiempo, hace una buena cantidad de años, cuando el CD era una novedad, y venía en camino mi Sebastián, adquirí el compacto de Los Toribianitos (lo sigo poniendo a despecho de mis hijos quienes van al Spotify ) y vuelvo una y otra a vez a los hermosos recuerdos que me acompañarán siempre, esa eterna nostalgia disfrazada de melancolía.
El periodista Beto Ortiz, ha escrito que los odia. Nada más absurdo, uno nunca puede odiar los recuerdos buenos o malos, son los que nos sostienen y apuntalan, cuando estamos en caída libre .
Por lo menos en mi caso, porque las canciones de Navidad, las escucho y vuelvo al lugar donde fui muy, pero muy feliz: mi infancia. Se yergue la figura de mi madre, quien hacia hasta lo imposible, para que sus 3 hijos tengan lo que nunca tuvo, en ese lejano asiento minero donde viví buen parte de mi vida.
En estas fechas, tengo una mezcla de nostalgia y esa suma de vivencias (muchas buenas y otras tantas para olvidar) buscando siempre en el desván de la memoria, aquellos años difíciles cuando mi padre fue despedido de la SPCC por una calumnia, y nos marcó de por vida.
Han transcurrido tantos años y ese mal recuerdo sigue doliendo. Todavía recuerdo las lágrimas maternales, cuando no había para comer, algunos vecinos, los Santos, en especial, nos regalaban, en fin. Nunca he podido olvidar esa triste imagen, como en ese entonces nos derrotó la vida por un absurdo. Una larga pausa.
Esos días han quedado no tan lejos. Los recuerdos más felices son los momentos que terminaron cuando deberían haberlo hecho (Robert Brault) Con mis bebés, hoy la Navidad es una fiesta de amor y compartir, gracias a Sebas, Vale y Ale, mi vida es una eterna fiesta.

Creo que: «sigo escuchando a Los Toribianitos (espero no los odien)»
Espero lo sea hasta el final de mi final. Felizmente les encanta, mi casita es una suma de luces a cada cual más colorida, y cada año siguen agregando más y más detalles. Aunque hay recuerdos que el tiempo no borra. El tiempo no hace la pérdida olvidable, solo superable.
Los actuales momentos, donde casi todo se compra o todo casi se vende, la verdad no me agrada mucho que digamos, es el sino de la vida que vivimos.
No es que quiera vivir en el pasado, pero siempre, vuelvo a los lejanos días de mi juventud, donde todo era jugar y joder a mi madre (no fui un aplicado colegial). Los recuerdos son engañosos porque están coloreados con los eventos del presente.
Mientras tanto, sigo escuchando a Los Toribianitos (espero no los odien) y una que otra lágrima reprimo, porque es inevitable, recordar a mi madre, en ese afán de cocinar rico, con lo poco que había, pero hasta hoy mis sentidos siguen disfrutando de sus platillos, y aunque a hoy, la buena salud no la acompaña, sigo recordando esos tiempos austeros pero felices, como hoy lo hago con mi familia que al final es mi soporte cuando todo acabe.
Solo reitero que los recuerdos son una forma de aferrarte a las cosas que amas, las cosas que eres, las cosas que no quieres perder. Tratemos de ser felices, creo que no es mucho pedir ¿o sí? Hasta la próxima.