Por Wilfredo Mendoza Rosado
Creo que… El camino de la nostalgia.. No recuerdo con exactitud el año, obvio algunos detalles. Solo trasunta en mi memoria, que mi queridísima “hermana” Moni, me prestó (vivía de libros prestados) “El tambor de hojalata”, una voluminosa edición de 673 páginas. Una verdadera joya literaria.
Eran tiempos de la universidad, días quedos y muy felices. Salvo uno que otro sobresalto. Debo confesar, que aunque no me asustan la voluminosidad de algunos libros, “El tambor” de Gunter Grass, al principio me intimidó.
Entre las clases, los amigos, jaranas, además de la pareja y uno que otro ocasional trabajo, de aquellos lejanos años , no es que sobrase el tiempo. Poco a poco, me fui adentrando en la historia de Oscar Matzerath.
El narrador de la novela es el excéntrico Oscar Matzerath. Nació en 1924 en la ciudad de Danzig, momento en el cual su mente ya estaba completamente desarrollada.
Posteriormente, su crecimiento se detiene al cumplir los tres años, razón por la que su apariencia, desde la perspectiva de los adultos, es la de un niño pequeño.
Gracias a su tambor de hojalata también puede conocer eventos en los que él no estuvo directamente involucrado; ejemplo de ello es su explicación de cómo su madre fue concebida en un campo de patatas.
Oscar habitualmente intercala su voz con la del autor y se refiere a sí mismo en tercera persona. Oscar rechaza el mundo adulto y decide a la edad de tres años dejar de crecer.
Aunque, los motivos literarios, son distintos a la vida real, ¿quién en su sano juicio no ha querido detener el tiempo, para evitar las derrotas de una vida adulta? Creo que todos, en mi particular caso, son varios los motivos, aunque es bueno señalar que las altas y bajas, son la esencia de la vida.
No es sentimentalismo, no soy sentimental; el sentimentalismo de hoy cubre de falsa dulzura las verdades que más nos asustan.
Quien lee estas torpes líneas, de repente te asaltan muchos ¿porqués? Tranquilo (a) la jodiste y no hay vuelta atrás.
No existe la forma de detener el tiempo, como el caso de Oscar. Creo firmemente, que lo vivido (malo o bueno), lo gozado, lo bebido, lo comido, la alegría o la tristeza, nadie nos la quita.
No olvidemos que la nostalgia, nos tiende muchas trampas. Y la mejor defensa, para los malos recuerdos, es cómo creamos, recordamos y los olvidamos.
La esencia, es no quedarnos en esas lagunas de tristeza. Borrarlas, porque se puede ir sumando para la memoria los elementos que nos hicieron felices y aún los seguimos recordando. No hay otro camino.
Los libros también son una herramienta de los fantasmas. Los muertos les hablan a los vivos. Aunque los libros no reemplazan a la persona viva, eso nunca sucede.
Oscar, lo tuvo claro y decidió no crecer y estar acompañando con su tambor de hojalata y fue feliz. Lean el libro.

Creo que .. ‘Pude adquirir el libro, y lo volví a leer’
A través del tiempo, gracias mi querida Moni. Luego de varios años, pude adquirir el libro, y lo volví a leer, esta vez urgido por el tiempo, y volví a sentir el mismo placer que uno tiene con la literatura que al final sigue siendo una forma esa persona que yo he leído antes y ahora me resulta muy distinta, soy yo mismo.
No olvidemos que Los libros tienen vida propia y nos dicen una cosa diferente en cada momento en que los leemos. Un libro leído a los 14 o 17 años no es el mismo en su relectura a los 44 o a los 90 años.
A veces, incluso, da nervios volver a leer un libro que nos ha gustado mucho por temor a que desaparezca la magia que nos dejó en su momento.
Es esa idílica sensación de un primer beso, un amoroso abrazo; es decir, una primera vez en la vida.
Me ocurre con una segunda lectura, que siempre es una renovada felicidad, aunque esta vez más reposada, con más arrugas y canas, pero siempre teniendo como estandarte que la lectura es una forma de felicidad, a despecho de las derrotas de las caídas, de los fracasos que todos hemos tenido.
Solo se trata de sacarle la vuelta a la señora tristeza, como diría Alfredo Bryce. Gracias Oscar .Vale.