Por: Sarko Medina Hinojosa
Cordillera de Palabras... Ayer me sorprendí observando a mi hijo: ese niño que hasta hace poco me pedía que lo cargara en brazos, ahora es un adolescente que casi me rebasa en altura y que, en ocasiones, mira el mundo con unos ojos que ni él mismo comprende. El cambio fue tan gradual y a la vez tan repentino que aún me cuesta procesarlo.
Los especialistas en desarrollo adolescente explican que entre los 12 y 16 años, el cerebro experimenta una restructuración masiva.
Es como si el sistema operativo de nuestros hijos se estuviera actualizando constantemente, causando «fallas del sistema» que se manifiestan en cambios de humor, somnolencia excesiva y comportamientos que parecen ilógicos y que dan ganas de dar cocachos a la antigua
El «cansancio por crecimiento» es real. No es pereza cuando duermen doce horas y siguen agotados: sus cuerpos están consumiendo tanta energía en crecer que apenas les queda para mantenerse despiertos en clases, «ah pero en videojuegos» dirán, y bueno, también aplica su atención a las cosas que les interesan en demasía.
La Sociedad Americana de Pediatría confirma que un adolescente necesita entre 8 y 10 horas de sueño, pero los cambios hormonales alteran sus ciclos de descanso.
Como padres, libramos una batalla diaria entre la comprensión y los límites. Cuando un adolescente nos dice «no sé por qué lo hice«, probablemente está diciendo la verdad.
Sus cerebros están aprendiendo a procesar emociones con un sistema límbico hiperactivo y un córtex prefrontal (el área del juicio) aún en desarrollo.

Adolescente… estar presentes sin asfixiar, guiar sin imponer
Esta es la «buena lucha«: mantener los límites mientras les damos el espacio para crecer, estar presentes sin asfixiar, guiar sin imponer.
No es fácil ver a nuestros hijos tropezar, pero algunas batallas deben perderlas solos para ganar la guerra de la madurez. Nuestros «No» les ayudarán a crecer, no te vamos miedo en ejercerlos.
La adolescencia es un puente colgante entre la niñez y la adultez. Nuestra labor es ser los cables de soporte: lo suficientemente firmes para sostener, pero lo suficientemente flexibles para permitir el movimiento.
Porque al final, la meta no es ganar cada batalla, sino ayudarlos a convertirse en adultos capaces de librar sus propias guerras, vencer sus propios temores y enfrentar sus derrotas emocionales.