Por: Sandra Bellido Urquizo
¿Y Ahora Qué?… A medida que pasan los años, la decencia en política se vuelve una rareza, desplazada por un sistema profundamente contaminado por la corrupción, la impunidad y la indiferencia hacia la ciudadanía. El daño que esto le está haciendo al Perú es inmenso, y lo peor es que ya no parece escandalizar a nadie.
Hoy, la clase política, en su mayoría, ha aprendido a navegar en aguas turbias para sobrevivir y salir ilesa, incluso fortalecida, sin importar las consecuencias para el país.
Políticos de todas las ideologías se han vuelto expertos en normalizar lo inaceptable: tergiversan lo correcto y lo incorrecto, lo racional y lo irracional, hasta hacer que gran parte de la ciudadanía comience a resignarse.
La sinvergüencería y la falta de empatía no tienen límites. No les interesa la opinión pública, sino salirse con la suya, acumular poder y seguir engordando sus arcas. Hay ejemplos por montones.
Uno de los más flagrantes es el regreso de la bicameralidad, rechazada por el pueblo en un referéndum. Sin embargo, años después, el Congreso decidió imponerla de nuevo, con la mirada puesta en las futuras elecciones. ¿Cuántos de los actuales congresistas se postularán al Senado? El ex presidente del Congreso, Eduardo Salhuana, ya dejó entrever sus intenciones.
Otro caso es el aumento del sueldo de la presidenta Dina Boluarte, aprobado pese al rechazo popular. En un país donde millones sobreviven con salarios de miseria, la mandataria logró imponerse sin mayor oposición. Hubo críticas en el Congreso, pero solo para la tribuna.

De hecho, poco después, se le premió con nuevos viajes oficiales a Japón y Tailandia, supuestamente para atraer inversiones, tal como se dijo de sus visitas al Vaticano y a Francia. ¿Qué beneficios concretos trajeron esos viajes al país?
El gobernador regional de La Libertad, César Acuña Peralta, es otro ejemplo descarado. Mientras su región enfrenta una ola de delincuencia e inseguridad, él vuelve a irse de vacaciones al extranjero. Su actitud resume el desprecio con el que muchos políticos manejan el poder: están para servirse, no para servir.
Política… Ni hablar del «flamante» presidente del Congreso
Y ni hablar del “flamante” presidente del Congreso, José Jerí, conocido no por sus méritos legislativos, sino por una denuncia de violación sexual. Su elección fue, literalmente, la mosca sobre la porquería. Ni siquiera en el último año de gestión, los congresistas hicieron el intento de escoger a alguien con un mínimo de decencia. Pero en ese Congreso, tal vez, simplemente no lo hay.
La política también está secuestrada por las revanchas y rivalidades personales, como muestra el enfrentamiento entre el ministro de Transportes, César Sandoval (hombre de confianza de Acuña) y el alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, por el proyecto de trenes Chosica–Lima. A Sandoval no le interesa el caos vehicular que mata a diario en la capital, solo le importa bloquear una obra que solo podría darle réditos políticos a su adversario, aunque sabe también que va a favorecer a la población de ese sector.
Pero con esa oposición mezquina, lo único que logra es favorecer indirectamente a los “porkys”. El cálculo político supera cualquier interés ciudadano. Así de podrida está la lógica del poder en el Perú.
Mientras tanto, en países como Suecia, la política sigue siendo un acto de servicio. Allá, los políticos tienen claro que fueron elegidos para representar a su pueblo, no para beneficiarse a sí mismos. Tienen sangre en la cara, principios, y empatía con quienes los eligieron. En el Perú, en cambio, la decencia parece estar en vías de extinción.