Por: Sarko Medina Hinojosa
Cordillera de Palabras... Las redes sociales se inundaron estos días de imágenes «al estilo Studio Ghibli» generadas por la nueva versión generadora de imágenes de ChatGPT en su versión gratuita. Confieso que yo también caí en la tentación, una foto de perfil y otra más de mi hijo y yo, y otras más.
Hoy, reflexionando sobre ello y los más de 200 millones de metros cúbicos gastados para la generación de estas imágenes según datos de la misma IA, me pregunto: ¿Dónde está la línea entre la inspiración, el homenaje y la apropiación indebida?.
El caso del Studio Ghibli es particularmente revelador. Desde que herramientas como Midjourney o DALL-E perfeccionaron la capacidad de imitar estilos específicos, las redes sociales se han llenado de «falsos Miyazakis» que capturan la esencia visual de obras como «Mi vecino Totoro» o «El viaje de Chihiro».
El problema: estas imágenes son generadas sin el consentimiento de sus creadores originales y, en muchos casos, diluyen el valor de un estilo artístico que tomó décadas perfeccionar.
La inspiración en obras ajenas no es nueva. Desde tiempos remotos, casi desde que en las cuevas de Altamira se copiaban las manos estampadas en las cuevas, los artistas han aprendido imitando a sus maestros.
El Renacimiento italiano floreció precisamente cuando artistas estudiaron y reinterpretaron obras clásicas. Picasso famosamente dijo: «Los buenos artistas copian, los grandes artistas roban».
Sin embargo, existe una diferencia fundamental entre la inspiración consciente y la apropiación masiva que permiten las IAs. En 1976, el caso Rogers v. Koons estableció un precedente cuando el fotógrafo Art Rogers demandó al artista Jeff Koons por transformar su fotografía en una escultura sin autorización.
Los tribunales fallaron a favor de Rogers, sentando bases sobre los límites de la «transformación artística».
En 2006, el caso de Associated Press contra el artista Shepard Fairey por su icónico póster «HOPE» de Barack Obama volvió a poner el tema sobre la mesa. Fairey reconoció haber usado una fotografía de AP como base, llegando finalmente a un acuerdo extrajudicial.
Las IAs generativas representan un salto cualitativo en este debate. A diferencia de un artista humano que puede inspirarse conscientemente en un estilo, estas herramientas son entrenadas con millones de imágenes, muchas protegidas por derechos de autor, sin compensación ni consentimiento de sus creadores.
El estudio Ghibli, conocido por su celo en la protección de su propiedad intelectual, ha mantenido un silencio notable ante esta situación pese a que hace unos días circuló una supuesta carta de cese y desista contra OpenAI, casa entrenadora de la IA responsable de tanto barullo.
Otros creadores han sido más vocales. Greg Rutkowski, un ilustrador de fantasía, descubrió que su nombre era uno de los más utilizados en prompts de IA, generando miles de imágenes que imitaban su estilo y potencialmente afectando su capacidad para obtener comisiones. Su demanda sigue vigente.
La legislación actual sobre derechos de autor nunca fue diseñada para enfrentar el fenómeno de las IAs generativas. ¿Es legal entrenar una IA con obras protegidas? ¿Constituye la imitación de un estilo una violación de derechos de autor? Los expertos legales están divididos como las aguas en el mar Rojo.
En Estados Unidos, el «uso justo» (fair use) permite ciertas utilizaciones de material protegido para crítica, comentario, educación o transformación. En Europa, las excepciones son más limitadas.
El caso «Warhol Foundation v. Goldsmith» (2023) estableció que incluso las transformaciones artísticas pueden constituir infracciones si mantienen el «propósito comercial» del original.
En cristiano, puedes basarte en, pero no lucrar con. El problema, si se extiende a estos lares, es que los polos y sus estampados y el 80% de la industria de Gamarra debería pagar regalías por sus libres «interpretaciones» de los modelos en los que basan sus producciones en ropa y diseños.
Como consumidores y potenciales creadores de contenido generado por IA, tenemos una responsabilidad ética, aunque suene irónico, viniendo de alguien que usó esa IA para generar una imagen al estilo la película «El niño y la garza».

Pero, cuando solicité aquella imagen «al estilo Ghibli», no reflexioné sobre las implicaciones de mis acciones pese a que enseño ética con IA a mis alumnos. Pequé contra Miyazaki, lo acepto, pero fue irresistible, aún más cuando esa tecnología era solo de pago y ahora estaba liberada.
Cordillera de Palabras: ChatGPT generando imágenes
Un caso para psicología de masas, diría, ya que muchos han hecho lo mismo, han generado imágenes y luego compartido la historia sindicalista de Miyazaki, o el tema del consumo de agua para enfriar a los servidores de ChatGPT, amén de reflexiones del mismo senpai japonés de la animación, rechazando el uso de la IA en la animación.
Hoy reconozco que estaba contribuyendo, aunque fuera en pequeña medida, a la dilución del valor de un estilo artístico único. Darnos cuenta, aunque tarde de un error, no restituirá el agua gastada, pero permitirá el debate.
No podemos detener el avance tecnológico, pero podemos moldearlo. Necesitamos un marco legal actualizado que reconozca el valor de los estilos artísticos y proteja a los creadores sin obstaculizar la innovación.
Como sociedad, debemos preguntarnos: ¿queremos un futuro donde los estilos artísticos únicos sean simplemente datos para entrenar máquinas? ¿O preferimos un ecosistema donde la tecnología potencie la creatividad humana en lugar de suplantarla?.
La próxima vez que estemos tentados a solicitar una imagen «al estilo de» cierto artista o estudio, recordemos que detrás de ese estilo hay años de dedicación, una visión única del mundo y, en muchos casos, una forma de vida que merece respeto y protección.
El verdadero arte nace de la autenticidad, aunque muchas veces esta sea la acumulación de estilos, lo que la hace única termina por imponerse, quitarle esa posibilidad a nuestro propio arte, es también un atentado.