Por: Sarko Medina Hinojosa
Cordillera de Palabras… El reciente debate sobre aumentar la afluencia turística a Machu Picchu de 4,500 a 27,000 visitantes diarios, propuesto por el Viceministerio de Patrimonio e Industrias Culturales, revela una paradoja profundamente arraigada en nuestra relación con el patrimonio ancestral: nos enorgullecemos de lo que nuestros antepasados construyeron mientras arriesgamos su destrucción por afanes lucrativos inmediatos.
Esta propuesta de sextuplicar el aforo actual, rechazada por la propia Dirección Desconcentrada de Cultura del Cusco por considerarla «inviable», pretende además reducir el tiempo de visita a una hora y bajar el costo de los boletos a 35 soles.
Una matemática absurda que priorizaría la cantidad sobre la experiencia y, peor aún, sobre la conservación.
La ciudadela ya muestra signos preocupantes de deterioro. Los especialistas como Douglas Comer han documentado el desgaste de escaleras, la compactación de suelos y la erosión de estructuras.
Fernando Astete Victoria, exjefe del Parque Arqueológico, advierte que los pisos se están endureciendo e impiden la filtración natural del agua. ¿Qué pasará cuando sextuplicamos la presión humana sobre estos espacios?
Es incómodo reconocerlo, pero vivimos del sudor ajeno. Nuestros antepasados levantaron estas maravillas con conocimientos que aún no comprendemos completamente, y nosotros las convertimos en billetes.
No digo que el turismo sea intrínsecamente malo, pero debemos preguntarnos: ¿Cuál es nuestra responsabilidad como herederos de este legado?.
Machu Picchu: el Perú es mucho más que una postal
La respuesta no está en cerrar Machu Picchu, sino en repensar nuestro modelo turístico. El Perú es mucho más que una postal de la ciudadela en la niebla. Kuélap, Chavín de Huántar, Caral, las Líneas de Nazca, Choquequirao, el Gran Pajatén… la lista de tesoros arqueológicos subaprovechados es extensa. ¿Por qué no desarrollar circuitos que distribuyan la presión turística?
Arriesgamos que la UNESCO incluya a Machu Picchu en la Lista del Patrimonio Mundial en Peligro. Como advierte Astete: «Los grupos de turismo responsables no van a querer venir a un sitio que ha sido declarado en peligro».
¿Somos custodios dignos o depredadores de nuestra propia historia?