Por: Sarko Medina Hinojosa
Cordillera de Palabras… El don de gentes no es carisma de campaña ni simpatía de ocasión. Es esa capacidad genuina de una autoridad para conectar con las personas desde el respeto, la consideración y la responsabilidad. Es lo que diferencia a un verdadero servidor público de un ocupante de cargo.
Cuando veo autoridades que atienden a los ciudadanos como si les hicieran un favor personal, comprendo que hemos olvidado lo básico: quienes ejercen poder público están para servir, no para ser servidos.
Cordillera de Palabras… El Respeto
Harry S. Truman tenía una frase en su escritorio presidencial: «The buck stops here» (La responsabilidad termina aquí). Entendía que el respeto hacia los ciudadanos empezaba por asumir que ellos, no él, eran los verdaderos jefes.
El respeto de una autoridad se manifiesta en actos concretos: llegar puntual a las citas, no hacer esperar innecesariamente a la gente, escuchar sin interrumpir, tratar a cada persona con dignidad independiente de su condición social.
Es recordar que el salario del funcionario lo pagan los impuestos de ese señor con la solicitud arrugada en la mano, de esa señora que madruga para hacer un trámite.
Una autoridad respetuosa entiende que cada ciudadano tiene el derecho legítimo de ser atendido con cortesía. No porque sea un favor, sino porque es su obligación.

La Consideración
Abraham Lincoln, en plena Guerra Civil, escribía cartas personales a las madres que habían perdido hijos en batalla. Sabía que «You cannot escape the responsibility of tomorrow by evading it today», pero también entendía que detrás de cada decisión política hay vidas humanas reales.
La consideración significa ponerse en los zapatos del otro. Es adaptar el lenguaje para que la abuelita entienda su trámite de pensión sin sentirse ignorante. Es explicar con paciencia por qué un proyecto se demora, sin usar tecnicismos como escudo. Es reconocer que el comerciante que pide una licencia no lo hace por capricho, sino porque su familia depende de ese negocio.
Una autoridad considerada ajusta su trato según las circunstancias de cada persona, comprendiendo que todos llegamos con nuestras limitaciones y posibilidades, con nuestras preocupaciones y esperanzas.
La Responsabilidad
Winston Churchill dirigió a Gran Bretaña en la Segunda Guerra Mundial bajo el principio de que «The price of greatness is responsibility». No prometía lo fácil, prometía lo necesario. Y cumplía.
La responsabilidad de una autoridad se mide en hechos, no en promesas. Es hacer seguimiento a los compromisos adquiridos, llamar cuando algo se retrasa, explicar honestamente cuando algo no se puede cumplir y por qué. Es entender que cada «sí» genera una expectativa legítima en el ciudadano.
Una autoridad responsable no promete lo imposible para quedar bien en el momento. No echa la culpa a gobiernos anteriores, presupuestos insuficientes o subordinados incapaces. Asume sus limitaciones, comunica transparentemente los obstáculos y busca alternativas viables.
Como decía John F. Kennedy: «Ask not what your country can do for you—ask what you can do for your country.» Nuestras autoridades parecen haber invertido completamente esta premisa.
El don de gentes no es opcional en el servicio público. Es la diferencia entre una autoridad legítima y un simple ocupante de cargo. Entre alguien que gobierna con el pueblo y alguien que gobierna sobre el pueblo.
¿Exigiremos estas cualidades básicas a nuestras autoridades o seguiremos conformándonos con funcionarios que nos traten como súbditos? Respeto, consideración y responsabilidad de quienes se paga para que sirvan a los contribuyentes, eso pedimos.