Por: Sarko Medina Hinojosa
Cordillera de Palabras… El metal dijo adiós a sus genios… En el 96 mi amigo Wilber Meza y el fallecido Vladimir Callirgos trajeron a mi cuarto un cassette con una portada loquísima. Por fin conocía a los responsables de “Paranoid”, la canción que me embelesaba en el juego Rock N’ Roll Racing de mi adolescencia.
Birmingham amaneció el 5 de julio de 2025 como cualquier otra ciudad industrial inglesa, pero terminó siendo el epicentro de la despedida más épica en la historia del rock. «Back to the Beginning», el concierto final de Black Sabbath con Ozzy Osbourne, no fue solo un evento musical; fue la culminación de 57 años de una revolución sonora que cambió para siempre la forma en que entendemos la música popular.
Diez horas de música ininterrumpida en el Villa Park, el mismo estadio donde de niños Ozzy, Tony Iommi, Geezer Butler y Bill Ward pedían monedas por cuidar los autos afuera. La ironía de la vida: los mismos muchachos que crecieron en las calles obreras de Birmingham regresaban como los dioses indiscutibles de un género musical que ellos mismos crearon en 1970.
El cartel leía como un directorio del Salón de la Fama del Metal: Metallica, Guns N’ Roses, Slayer, Tool, Pantera, Alice in Chains, Anthrax, Lamb of God, Halestorm, Mastodon y Gojira. Cada banda interpretó al menos una canción de Black Sabbath, pero más que versiones, fueron actos de veneración. Como dijo James Hetfield de Metallica: «Sin Sabbath no hay Metallica. Gracias por darnos un propósito».
Tom Morello, guitarrista de Rage Against the Machine y director musical del evento, tenía razón cuando lo calificó como «el mayor espectáculo de heavy metal de la historia». No era hipérbole; era la pura verdad de ver reunidas en un solo escenario a todas las generaciones que beben del mismo pozo creativo que cuatro jóvenes obreros abrieron en Birmingham hace más de medio siglo.
La magia del evento residía en entender que Black Sabbath no solo inventó el heavy metal; inventó una forma de entender la música como catarsis, como refugio para los inadaptados, como voz para quienes no tenían voz.
Cuando Ozzy apareció en su trono con forma de murciélago, elevándose desde el suelo del escenario, no era solo teatro; era el símbolo de cómo cuatro muchachos de clase obrera se convirtieron en la realeza de un imperio cultural que trasciende géneros y fronteras.
El Parkinson que aqueja a Ozzy desde 2019 añadía una dimensión emotiva imposible de ignorar. Verlo cantar «War Pigs», «Iron Man», «N.I.B.» y «Paranoid» desde una silla, con la voz aún poderosa pero el cuerpo limitado, era presenciar el triunfo del espíritu sobre la carne. Su mensaje final fue simple pero devastador: «Su apoyo a lo largo de los años ha hecho posible que vivamos como vivimos. Gracias de todo corazón. Los amo. Los amamos».
Bill Ward, ausente de las últimas giras por diferencias con la banda, regresó para completar la formación original después de dos décadas. Ese reencuentro no era solo personal; era histórico. Era ver a los cuatro inventores del género más influyente del rock cerrar el círculo donde todo comenzó.
El adiós del grande del metal: grandes figuras presentes
Lo extraordinario del concierto fue comprobar cómo diferentes ramas del metal – thrash, groove, alternativo, progresivo – convergían en el mismo tronco. Desde el grunge metálico de Alice in Chains hasta el metal sinfónico de Halestorm, pasando por el death metal técnico de Gojira, todas las bandas reconocían la misma deuda: Black Sabbath les enseñó que la música podía ser pesada, oscura, poderosa y, al mismo tiempo, profundamente humana.
La presencia de figuras como Jason Momoa entre el público, Jack Black interpretando «Mr. Crowley», o Steven Tyler cantando con Tom Morello, confirmaba que el legado de Sabbath trasciende el metal para instalarse en la cultura popular global. No solo cambiaron la música; cambiaron la forma en que generaciones enteras entienden la rebeldía, la autenticidad y el poder transformador del arte.
Los fondos recaudados para organizaciones benéficas como Cure Parkinson’s y el Birmingham Children’s Hospital añadían una dimensión humana a una despedida que podría haberse quedado en puro espectáculo.
Pero Sabbath siempre fue más que entretenimiento; fue refugio, fue familia, fue hogar para millones de inadaptados que encontraron en esos riffs pesados y letras oscuras un lugar donde pertenecer.
Al final, «Back to the Beginning» demostró que el rock no es solo música; es identidad, es comunidad, es la capacidad de convertir el dolor en arte y la marginalidad en poder. Black Sabbath nos regaló 57 años de esa alquimia, y su adiós no fue una muerte sino una coronación: la de cuatro obreros de Birmingham que se convirtieron en los reyes eternos del metal.
Y es que, como cantaba Ricardo Iorio en «A vos amigo» de Almafuerte, «fueron las plateadas cruces de Black Sabbath y su resplandor» las que unieron destinos y forjaron amistades. Esa canción, que habla de cómo la música trasciende fronteras y conecta almas, narra con certeza lo que muchos experimentamos al sentir que una música hablaba de nuestros sentires, dolores y alegrías, aún estando al otro lado del mundo.
Porque al final, eso es lo que hizo Black Sabbath: demostrar que el metal no conoce geografías, que Birmingham puede estar en cualquier barrio donde un joven necesite entender que no está solo en su oscuridad.