El 16 de agosto de 1970, el Monasterio de Santa Catalina abrió sus puertas al mundo, gracias a un grupo de empresarios, y en especial a una persona que, con empeño y convicción, impulsó este proyecto hasta que lo alcanzó: don Eduardo Bedoya Forga, principal promotor.
Hombre polifacético y con una amplia y variada trayectoria. Entre sus diversas labores está el haber fundado Promociones Turísticas del Sur S.A., empresa encargada de administrar la zona turística del monasterio tras su apertura, habiendo sido director de la misma durante 54 años consecutivos.
A raíz de los terremotos de 1958 y 1960 que asolaron nuestra ciudad se creó la Junta de Rehabilitación y Desarrollo de Arequipa, entidad que realizó una extraordinaria labor. Bedoya Forga integró el comité ejecutivo de la misma.
La junta no incluyó al Monasterio de Santa Catalina en la lista de monumentos a restaurar tras los terremotos debido a la falta de recursos económicos.
En estas circunstancias es que el Ing. Eduardo Bedoya se propuso hacer realidad la idea de poner en valor el monasterio, la cual se venía postergando.
Al ser ingeniero civil, su labor en la junta consistió en visitar, evaluar y proponer las obras de restauración, y aunque el monasterio no estaba en la lista, sí consiguió un permiso especial para ingresar –debido a la rígida clausura del lugar.
En su visita pudo ver los daños causados por los terremotos, pero sobre todo convencerse del valor arquitectónico y cultural de esta “joya colonial”, como la denomina en su libro Puerta abierta entre dos mundos.

Aunque esta labor se sabía que sería “sumamente costosa”, convencido de que no sería imposible, emprendió la titánica labor de conseguir la venia de las madres dominicas y el arzobispado, entre otras autorizaciones y, lo principal, el financiamiento para planificar y ejecutar las obras.
Presentó el proyecto a más de una institución e incluso a personas que podrían interesarse, varias de ellas decidieron apoyarlo, por su amor a Arequipa.
Es así como la puesta en valor del monasterio de Santa Catalina se logró efectuar con fondos privados, convirtiéndose en el primer monumento restaurado en su totalidad, sin participación del Estado.
Hubo la participación en este proyecto de arequipeños, entre los que destacan el Arq. Gonzalo Olivares Rey de Castro, el Dr. Juan Bustamante Romero, Sr. Antonio Villa Calvo e Ing. Edgardo Bedoya Forga.
Monasterio de Santa Catalina: restauración con respeto
La obra empezó a mediados de 1969 y concluyó en 1970, siempre con la premisa de no alterar sus valores arquitectónicos y estéticos, los cuales datan de la época virreinal. La meta fue respetar al máximo su originalidad, la cual se mantiene en el tiempo.
Las obras estuvieron a cargo de la empresa Inara, de propiedad de. Bedoya Forga, quien también convenció a sus socios. Siguieron un meticuloso plan y las pautas de la Carta de Venecia para monumentos históricos, por lo la restauración terminó sin problemas.
Más de 200 trabajadores labradores de sillar, peones, albañiles, electricistas, carpinteros, pintores, herreros bajo la guía del maestro de obra Mario Flores, asumieron la misión.
Tras su apertura, se inició la restauración de cuadros, lienzos y murales. Este delicado trabajo fue liderado por la señora Isabel Olivares.
Previo a los trabajos de restauración se construyó la nueva zona de clausura para las religiosas, lo que les dio un mejor ambiente para vivir y, gracias a ello el monasterio de Santa Catalina, es un monumento vivo, que sigue siendo fiel a la misión con la que fue levantado hace más de 400 años.

El monasterio
En 1579, a menos de 40 años de la llegada de los españoles a la ciudad de Arequipa, fue fundado el Monasterio de Santa Catalina de Siena. No solo es el mayor atractivo turístico de la ciudad de Arequipa.
En sus 20 mil metros cuadrados de extensión, en sus callecitas, plazas y lugares de uso común, ha resguardado la historia, fe y tradición de nuestra ciudad por siglos.
Es el único monasterio con ciudadela en el mundo. Allí radica su originalidad. Es que todo el complejo cuenta además de la iglesia y los claustros, con celdas, plazas y callecitas serpenteantes cercadas por altos muros, que la separan de la ciudad de Arequipa, pero a su vez la hacen parte de ella. No hay registro de algo similar en el mundo.
La relevancia de este monasterio también lo convirtió en el monumento que encabezó las gestiones para que Arequipa fuese declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco, título que fue conferido a la ciudad en el año 2000.
También ha sido incluido en la lista de los 100 sitios históricos susceptibles de ayuda por la Word Monument Fund (WMF).