Por: Mag. Sarko Medina Hinojosa
Cordillera de Palabras… De chico perdí la oportunidad de hablar quechua, mi abuela Hilaria lo conocía de manera fluida, aunque no lo escribiera. La vergüenza racista de considerar al quechuahablante como menos, era fuerte por noventas y principios de los dos miles, ahora me arrepiento de esa heredad social que me impidió el ahora poder tener un orgullo más, aparte de mi sangre mestiza, el poder entender una lengua tan rica.
En fin, siempre envidié a los paraguayos, estando entre ellos en el 2007 logré hacerme una idea de la belleza que es ser bilingües, y últimamente me he preguntado ¿Y si en los colegios peruanos se enseñara el quechua y el aymara?
La realidad es que el Perú alberga una riqueza lingüística extraordinaria. Según el Ministerio de Educación, en nuestro país se hablan 48 lenguas originarias, siendo el quechua la segunda lengua más hablada con aproximadamente 3.8 millones de hablantes, seguida del aymara con cerca de 450,000 personas que la utilizan como lengua materna. Sin embargo, estas lenguas enfrentan un proceso de erosión acelerada debido a la discriminación social y la falta de espacios formales para su desarrollo.
El modelo paraguayo como referente
Paraguay ofrece un ejemplo fascinante de bilingüismo oficial exitoso. Desde 1992, tanto el español como el guaraní tienen estatus de lenguas oficiales, y aproximadamente el 90% de la población habla guaraní. La educación bilingüe es obligatoria desde la educación inicial hasta el bachillerato, creando ciudadanos verdaderamente bilingües que valoran ambas lenguas como patrimonio cultural.
Esta experiencia, que viví in situ, demuestra que es posible mantener vivas las lenguas originarias sin detrimento del español, generando una riqueza cultural que fortalece la identidad nacional.

¿Cuándo introducir las lenguas originarias en el currículo?
Para implementar efectivamente la enseñanza del quechua o aymara en los colegios peruanos, es fundamental considerar el contexto lingüístico de cada región. El Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) identifica que las regiones con mayor porcentaje de quechuahablantes son Apurímac (70.8%), Huancavelica (65.2%) y Ayacucho (57.2%), mientras que el aymara se concentra principalmente en Puno (26.6% de la población regional).
En educación primaria: Lo ideal sería introducir la lengua originaria predominante en la región desde primer grado, siguiendo el modelo de educación intercultural bilingüe (EIB) que ya existe pero con cobertura limitada. Los niños de 6 a 8 años tienen mayor facilidad para la adquisición natural del lenguaje, por lo que este período es crucial.
En educación secundaria: Para aquellos que no tuvieron acceso en primaria, se podría implementar como curso obligatorio desde primer año de secundaria, con un enfoque comunicativo que permita desarrollar competencias básicas en comprensión y expresión oral, complementadas gradualmente con lectura y escritura.
La evidencia científica respalda los beneficios del bilingüismo. Estudios neurológicos demuestran que las personas bilingües desarrollan mayor flexibilidad cognitiva, mejor capacidad de atención selectiva y resolución de problemas. El doctor Juan Carlos Godenzzi, especialista en educación intercultural de la Universidad del Pacífico, señala que «el bilingüismo coordinado fortalece las estructuras mentales y genera ventajas cognitivas measurables».
Desde la perspectiva cultural, aprender quechua o aymara conecta a los estudiantes con una cosmovisión milenaria que no fue propiedad exclusiva de los incas (por si se pone como pero el tema de la exclusividad del imperio en valores o romanticismos que exacerben conceptos sobre identidad). Esos valores universales como el ayni (reciprocidad), la minka (trabajo comunitario) y el suma qamaña (buen vivir) pueden enriquecer la formación ciudadana y ética de los jóvenes, complementarios con los que se enseñan con los cursos de ciudadanía y religión (o los que en su defecto tenga el centro educativo).
Económicamente, el dominio de lenguas originarias abre oportunidades laborales en turismo rural comunitario, investigación antropológica, traducción e interpretación, y trabajo con comunidades originarias. El sector turístico, que representa el 3.9% del PBI nacional, podría beneficiarse enormemente de guías bilingües que ofrezcan experiencias auténticas.
Los desafíos que enfrentar
Sin embargo, existen obstáculos significativos que no podemos ignorar. El principal es la escasez de docentes capacitados. Según el Ministerio de Educación, existe un déficit de aproximadamente 8,000 docentes especializados en educación intercultural bilingüe a nivel nacional.
La estandarización presenta otro reto complejo. El quechua tiene múltiples variantes regionales (chanka, collao, central, entre otras) que, aunque mutuamente inteligibles, presentan diferencias fonéticas y léxicas. Sería necesario definir qué variante enseñar en cada región sin generar conflictos lingüísticos internos.
La resistencia social tampoco debe subestimarse. Muchas familias, especialmente urbanas, podrían percibir la enseñanza de lenguas originarias como un retroceso o una pérdida de tiempo que podría destinarse a inglés u otras lenguas «internacionales». Esta percepción refleja prejuicios arraigados que requieren campañas de sensibilización sostenidas.
Finalmente, está el desafío presupuestario. La implementación requeriría inversión en materiales didácticos, capacitación docente, y adecuación curricular que el Estado peruano, con sus limitaciones fiscales, tendría que priorizar frente a otras necesidades educativas urgentes.
Una propuesta gradual y realista
Considerando estos factores, una implementación exitosa requeriría un enfoque gradual:
Fase piloto (años 1-3): Comenzar en regiones con alta concentración de hablantes nativos, fortaleciendo los programas EIB existentes y expandiéndolos a escuelas regulares.
Fase de expansión (años 4-7): Extender a regiones con concentración media de hablantes, desarrollando simultáneamente materiales educativos y programas de formación docente.
Fase nacional (años 8-10): Implementación en todo el territorio nacional como curso electivo entre tres idiomas en zonas urbanas y obligatorio en zonas rurales con población originaria.
Al final, enseñar quechua y aymara en nuestros colegios no es solo una política educativa, es una declaración sobre qué tipo de país queremos ser. ¿Seguiremos siendo ese país que se avergüenza de sus raíces, que considera «menos» a quien habla la lengua de sus ancestros? ¿O tendremos el valor de abrazar nuestra diversidad como fortaleza?
Mi abuela Hilaria ya no está para enseñarme las palabras que guardaba en su memoria, pero otros nietos y nietas sí pueden tener esa oportunidad si como sociedad decidimos valorar lo que somos en lugar de esconderlo. Otros países que no tienen una cultura viva como la nuestra, sufren por la falta de identidad. Nosotros tenemos una riqueza inmensa al mantener vivas las tradiciones asociadas a nuestros idiomas nativos. Nuestra fortaleza que es clave para el mundo, radica en esa cultura que evoluciona sin perder su esencia. No la perdamos, al contrario, potenciémosla.