Por Wilfredo Mendoza Rosado
CREO QUE… Que la vida es humo. Que la vida es una simple quimera. Un instante fugaz. No me cabe la menor duda. Hace algunos años , en la playa, mi sobrina Ale: ¡Tío no te aburre leer¡ Esbocé una larga sonrisa y solo atiné a decirle: “no conozco mayor placer que leer, al rumor del vaivén incesante de las olas…”
Para más señas, de pura y mera casualidad, me he encontrado con un notable escritor, Jhon Cheever. Un cuentista de marca mayor, que aunque hoy olvidado, siempre es bueno leerlo, para comprender que pese a todo, la buena literatura, nos devuelve al cielo y al infierno, al mismo tiempo. Por ahí, dizque discurrió Cheever.
Siempre se mantuvo al filo de la cornisa. Lógico, como uno va a reaccionar, si su madre le dijo: “tu padre quiso que aborte, cuando me embaracé de ti…” Así, sin tapujos, ambos le dijeron que no lo querían, Nunca lo quisieron. A veces, la vida se vive entre permanente olvidos, y una constante falta de quereres. Sobran ejemplos, de quienes vinieron al mundo, por mera casualidad. Es decir, los no bienvenidos, Cheever, siempre lo supo.
Esto parece el paraíso (1982), la novela de John Cheever. Un texto luminoso y, aparte de eso, un sereno testamento. Hundido en la vejez, cerca de la muerte, Cheever corta caja y esto entiende: el tiempo no ha intensificado su amargura sino, cosa rara, su esperanza. Una esperanza apenas encendida, ajena a toda cursilería.
En realidad, en medio de la nada, surgió la esperanza de sentirse querido. Resguardado por los amores de su esposa y sus hijos. Los cuentos de Cheever, antes que nada, son celebraciones de luz (en el prólogo de sus cuentos completos, por ejemplo, dice que los relatos tratan de “un mundo perdido, cuando la ciudad de Nueva York aún estaba llena de luz del río”).
La literatura de Cheever muestra la insoportable soledad y angustia de individuos situados en un paisaje que, por sus apariencias, tendría que ser paradisíaco. Todo pareciera estar muy bien. Todo está muy mal.
Esa es la vida, entre la constante queja por excesivo trabajo, excesiva tensión, malas relaciones. Excesiva soledad. En realidad, oscilamos, entre el bien y el mal. Ora la luz, ora la sombra. Cheever, lo vivió a plenitud.
Esa es la clave, para tratar de sobrevivir, y tratar de ser feliz. No existe otra opción. No olvidemos que la felicidad es tan inasible que la buscamos y queremos atraparla. Cuando es apenas instantes, que debemos aprender a disfrutar.
CREO QUE… La novela no ha muerto
Que se entienda. Sólo allá, en aquel mundo, ocurre eso. Aquí, estancadas, las nociones básicas. Que la vida es humo. Que la novela ha muerto. Que la narrativa es pesimista o no es literatura. La novela no ha muerto. Lo proclamaron, los clarividentes del libro electrónico. Sigue vivito y coleando y Jhon Cheever, es la mejor muestra que la vida es humo.
Truman Capote, William Styron o Philip Roth. Son novelas trabajadas por la experiencia del cuentista: demasiadas subtramas, tensión escasa y un temperamento nunca lo suficientemente enardecido como para expresarse durante un centenar de páginas. Si alguna de sus novelas sobrevive, será ésta, y a otra cosa.
Más tarde, con Hemingway y Faulkner, lo central ocurre, así sea sórdidamente, al aire libre. Incluso Norman Mailer: cómo describir la sensación de poder y crecimiento. Piénsese en la de J.D. Salinger: cómo dictar una moral humanista desde una literatura fina y pudorosa. Él estuvo a la altura de estos notables escritores. Muy tarde lo supo, en el ocaso de su vida. Una lástima.
Cheever, vivió entre las brumas del alcohol y su homosexualismo que siempre trató de ocultar. Al final la vida es un camino de mil experiencias, decisiones, aprendizajes… Q esta es humo, no cabe la menor duda, aunque a veces excesivo. Hasta la próxima.
(*) Título de la novela de Jhon Cheever