Por Wifredo Mendoza Rosado
CREO QUE… “Traigo los ojos con los que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver…Y su voz era secreta, casi apagada, como si hablara consigo misma. Mi madre”. Habla Juan Preciado el hijo de Pedro Páramo, con una de la más hermosa frase que habré leído una eternidad de veces, de la magistral novela de Juan Rulfo.
Debo confesar que antes de ver en Netflix “Pedro Páramo”, en Gatopardo (excelente revista de crónicas) leí de cabo a rabo, una extensa entrevista a Rodrigo Prieto, director de la esperada película sobre el mundo rulfiano. Luego acometí con medido optimismo, la cinta de unas 2 horas de duración.
Más de una vez he escrito, que no se puede comparar el libro con la película. Pecado buscar coincidencias. Son dos lenguajes distintos, excluyentes. Es decir, aunque resulte complicado, separar el texto de la imagen. Me resultó complicado, por las semejanzas.
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté las manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo”.
“No dejes de ir a visitarlo —me recomendó—. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura que le dará gusto conocerte.” Y yo no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y «de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas”
Tienen el mismo inicio, aunque luego van transitando entre los muertos-vivos de Rulfo, quien nunca dejará de ser un maestro de la parquedad. Ese mundo rural, que tan magistralmente supo retratar y que en algo rescata la película, que por momentos, se torna pesada. Un poco densa, cuando se trata de contar la historia de Pedro Páramo.
La novela explora temas profundos como la muerte, el arrepentimiento, la culpa y el abandono. Rulfo convierte a Comala en una representación de un limbo, un lugar donde los vivos y los muertos coexisten y donde los pecados de Pedro Páramo marcan el destino de sus habitantes.
La película intenta capturar esta atmósfera sombría y respeta los aspectos más oscuros de la obra original. La cinta hace un esfuerzo notable por mantener los diálogos casi intactos, con las palabras originales de Rulfo.
Descubrí como tantas buenas casualidades en mi vida, a Rulfo, en mis felices años universitarios, en una sola edición Pedro Páramo y El Llano en llamas. Apenas unas cuantas páginas, para captar la esencia rulfiana, la muerte, el desamor, el odio, la venganza, el olvido que pronto todos seremos.
Ese “amor” me sigue durando, pese al paso de los años. Me sostiene, aunque el mundo se caiga.

Creo que.. leer a Rulfo, porque los muertos tienen, una voz
Pero por sobre todo, nos marca la depresión que cogió en el orfanato. “Una de la cual nunca me pude curar”. Que es la que todos llevamos como un pesado fardo, hasta el final de los días.
Lo esencial, es buscar la forma de hacerla ligera. Porque la imaginación es infinita, no tiene límites, y hay que romper donde se cierra el círculo; hay una puerta, puede haber una puerta de escape, y por esa puerta hay que desembocar, hay que irse.
Es una tarea impostergable leer a Rulfo, porque los muertos tienen, una voz hecha de hebras humanas, con boca con dientes y lengua que se traba y se destraba al hablar, con ojos que son como todos los ojos de la gente que vive sobre la tierra.
La muerte es un pueblo donde el silencio tiene su propia voz. Mejor no hablemos de la muerte, solo asumir lo que queda por vivir. Además, todos tenemos nuestros fantasmas o los inventamos, porque son los que nos permiten distinguir esa delgada línea entre la vida y la muerte.
Los fantasmas de Rulfo, al ser pobres, son fantasmas de verdad. Los míos son más pobres que los de Rulfo. Pero me ayudan a vivir que es una forma diaria de no morir. Hasta la próxima.